lunes, 31 de enero de 2011

La Abuela y el cojo

No fue un día común, era caluroso y aplastante, el sol posaba su fuerza con saña sobre las cabezas de los andantes, susurraba el viento frío de a pocos, como viniendo de héroe pero eran inútiles sus esfuerzos ante tal castigo.

La mañana se tornaba eterna, las piletas de la plaza principal servían de refresco a chiquillos osados que no tardaron en invadirlas, las sombras de los monumentos se atestaron de incrédulos que con mano hecha visera intentaban resguardarse del apocalíptico día.


Al llegar las doce muchos habían huido a sus casa, la plaza estaba casi vacía, extraño para un domingo en “Mantilla”, el pueblo donde ocurrieron estos hechos aquel día en el que te vi.

Desde la ventana del hotel municipal frente a la plaza observaba a los tunantes que parloteaban con místico ademán susurrando con extrañeza que cosa igual no se había visto jamás que eran cosas de Dios decían algunos, un aviso, que eran cosas del diablo decían otros, un presagio.

La abuela que fue abuela siempre y que siempre vendió habas tostadas en la esquina de la calle principal a caído al suelo, la han auxiliado dos caballeros de sombrero de ala ancha han cargado a la vieja la han sentado en la plaza gritos de otras mujeres me han alertado del hecho y he corrido a la ventana a ver que traía el escándalo la pobre abuela a muerto dicen que de tanto estar de pie bajo aquel sol de miedo, sus habas tostadas están aún en el piso y los niños que lo han visto han llorado a moco suelto, dicen que era muy buena, dicen que contaba cuentos, y esperaba a diario a su hijo único que un día se fue a la capital y que ya de eso varios años.

He terminado una botella de agua, he llorado un poco, de pena, de impresión, de miedo, y como niña pequeña he rezado…  

Ha interrumpido mi meditada y estremecedora mañana el sonido de la puerta golpes fuertes que mi nombre han llamado -es la hora del almuerzo- dice la voz y aunque no tengo hambre necesito hablar con alguien, conocer un poco más de aquel fenómeno que esta evaporándolo todo, ya ni los perros se atreven a pisar la plaza, todos están bajo sombra, ¿Todos?

Me acerco a la ventana para ver una vez más la plaza antes de bajar al comedor y me encuentro con un niño cojo que arrastrando su pie se acerca a las habas aún en el suelo y las recoge ávido de comida se las lleva a la boca a puñados como un animal, ni limpia la tierra que pudiera haber en ellas, come solo y arrastra el pie.

- ¡Qué más quieres vas a conocer todo el país mientras trabajas, vas a hacer un gran currículo con ello, esta es tu oportunidad!

Eso me dijo mi padre cuando surgió lo de este empleo, no son estas experiencia a lo que
él se refería, espero.

Bajé al comedor a tratar de distraer mi pensamiento. ¡Vamos! en las grandes ciudades también se encuentran niños en las calles, mendigos, ancianos sin familia y un sin numero de atrocidades, por qué es que esto me esta chocando tanto, ¿que me ocurre?

Bajo distraída las gradas a prisa como huyendo de mis pensamientos, como queriendo cambiar de tema, cambiar de alma para no sentir tanto para no mezclar la añoranza del hogar, de los amigos con cada mosca que se para en mi pan, con cada polvo que ensucia mis medias, con cada abuela que muere de pie a causa del sol, con cada niño cojo que come del suelo, que come y cojea.

Bajo a prisa y resbalo siento de golpe el suelo en mi cara, en mis manos, en mis muslos y luego de golpe me muero. Abro los ojos y no estoy muerta, unos chiquillos que se creen hombres están riéndose de mí, unos viejos que se creen fuertes están tratando de pararme, una mujer con cara muy maquillada ni se ha movido de su asiento, y tus ojos de cielo me alzan en brazos y tu mirada sincera me sujeta en alto y tus cabellos grises me dan consuelo y tu colonia para después del baño me droga y me desmayo.

Cuando despierto huele a alcohol, a húmedo, a desinfectante y todos visten de blanco de celeste, de blanco y celeste, es la posta de pueblo, tengo el brazo roto - me dicen - no puedo irme hasta que me observen pues he estado inconciente mucho tiempo. - ¿quién me trajo? -  Pregunto con algo de disimulo y me entero que fue el ingeniero de la mina, estuvo cerca de una hora esperando que despertara luego tuvo que irse, no pudo esperar más, Se fue.

Una semana más tarde deje Mantilla, ¿qué pueblo me tocaría ahora? con yeso incluido abordé el ómnibus que olía a frito y me mareaba, acomodé como pude mi maleta de mano, ocupé mi asiento cruzando los dedos por que mi pareja de asiento se hubiera bañado, abrí la ventana y sentí olor a hierba buena, miré hacía la plaza, me despedí de ella, una oveja que tomaba agua me causó ternura era pequeña como su pastorcita que quizás no llegaba a los 9 años, observé lo maravilloso de aquellos cerros llenos de verde, el cielo azul, - tan azul -  el sol este día no estaba arrebatado, el ómnibus empezó a andar y se detuvo de súbito un pasajero retrazado corría y de un salto trepaba, pedía perdón por el retrazo y enseñaba su boleto luego acomodaba su equipaje para sentarse a mi lado, yo estaba muda, y bastante roja, estaba encantada y eternamente MUDA. - ¡Doctora que gusto de verla bien! vaya caída que se dio el otro día -
- Ya me contaron que fue usted el que me auxilió ingeniero, gracias -
Lo miré en lo más profundo de los ojos y quise dejar de temblar. – Usted es bastante joven para ser abogada ¿verdad? – usted es demasiado hermoso para ser real pensé y solo sonreí…

Es bueno recortar todo aquello, mi padre tenía razón esos viajes me hicieron recordar quién era en realidad, lo que anhelaba hacer, lo que significaba Dios en mi vida al que había dejado en un cajón, en espera, pude descubrir lo hermoso de la naturaleza, la fragilidad de los hombres, la ternura de los niños, la indiferencia de lo cotidiano y lo cotidiano de la indiferencia, el poder de la palabra, lo urgente de la educación, el tender la mano por que sí, sin mayor interés… conocí el país entero y hubo mucho días felices, tristes, de decepción, de lágrimas y abuelas muertas, de angustia, de danza, pero nunca olvidé aquellos ojos de aquel primer pueblo, aquella abuela, aquel cojo, aquellas gradas, el olor a hierba buena y entre golpes tu rostro.

2 comentarios:

Toño dijo...

Hola Pato.
Reconozco la foto de la iglesia es de Chivay. El pueblo ese "Mantilla" no me suena. La tercera foto es muy buena ¿La tomaste tú o es del Google?

Patito dijo...

Sí es Chivay. El relato "la abuela y el cojo" es de mi imaginación por eso el pueblo de "Mantilla" no te suena.
La foto de Chivay y la del Pichu Pichu las tomé yo, la del sol es del Google.
Bienvenido a mi blog, Toñito y gracias por hacerte seguidor.