Quien puede jactarse de haber tenido de niña su propio helipuerto. YO y la Patota.
El centro de reunión (Casa de lentejita) era frente al hospital más grande de la ciudad con grandes jardines en el frente, piletas de agua, árboles que eran la delicia para escalar, escaleras de incendios que nos llevaban a los techos donde éramos dueños y señores, ayudaba la inconsciencia de ser niño, la inmensurable imaginación, la atracción a lo prohibido, las ansias de aventura, las ganas de jugar y el número. No haces lo mismo solo que en mancha.
En la parte de atrás del hospital un huerto, una gruta con la virgencita, una cancha de futbol, el pabellón psiquiátrico. Claro está todos estos ambientes de la espalda del hospital eran sólo para personal autorizado pero también era nuestro territorio.
Justo al frente de la casa de mi tía se encontraba el helipuerto del hospital por lo que si un helicóptero iba a descender éramos los primeros en enterarnos por lo que cruzábamos la pista a la carrera, nos metíamos al hospital y nos acercábamos al helicóptero lo más que podíamos, era un reto a ver quien se acercaba más mientras en aire y el ruido jugaban en contra lanzándonos una bocanada de viento helado que nos sacudía y nos llenaba de polvo. Tapábamos nuestros ojos y seguíamos adelante en pie de guerra.
Era emocionante ver llegar al helicóptero que sólo se quedaba unos minutos, bajaban una camilla, cargaban medicinas y volvía a partir. En ese tiempo los pueblos aledaños no tenían hospital por lo que el helicóptero traía enfermos graves, hoy en día el helipuerto ha sido sustituido por una playa de estacionamiento, hace más de 20 años de aquello pero el recuerdo sigue allí rondando mis venas de niña.
Los techos del hospital eran un deleite, principalmente porque nadie sabía que un grupo de niños estaba allí. A veces algún guardia nos divisaba y nos reñía era entonces el correr la mejor solución porque no nos atrapaban salvo una vez que estábamos en el techo de uno de los edificios que contaba con ascensor y de pronto casi de la nada aparece un vigilante con cara de malo, soltamos el grito al unísono y nos dirigimos a toda prisa al ascensor gritando despavoridos con el vigilante pisándonos los talones. El ascensor se abrió y entramos todos pero vimos a los lejos a ClondeLuisMiguel correr desesperado con el vigilante casi encima en ese momento la puerta del ascensor se cerró y los perdimos de vista. La bajada de esos 4 pisos fue infernal el silencio, el miedo, el tragar saliva primero uno luego el otro y así como un concierto acompasado.
¿Qué hacemos? Y lo que es peor ¿Qué será de clondeLuisMiguel?
Llegamos al primer piso y esperamos frente a la puerta del ascensor a que bajaran. El ascensor se abrió y allí estaba un rojo niño y un vigilante orgulloso cual cazador con la cabeza de su presa.
- ¡¡¡Corre ClondeLuisMiguel Corre!!!
Y salimos todos cual flecha para el asombro de los pacientes, doctores y enfermeras.
Claro está que nosotros jamás entrabamos a lugares con gente salvo ocasiones de emergencia como la anteriormente contada, nuestro territorio eran los jardines, los techos, y la parte de atrás del hospital. A un techo llegábamos gracias a una torre de agua ubicada a lado del edificio principal, tenía una escalera de incendios por donde subíamos y cuando estábamos a la altura del techo del edificio saltábamos, no era mucha la distancia por lo que hasta Eltravieso podía saltar siendo el más pequeño.
Ahora que recuerdo todo aquello me sonrojo, muevo la cabeza negándolo y sonrío. Es porque no pueden verme que puedo contarlo. Éramos invasores pero teníamos buenas costumbres una vez recuerdo claramente encontramos en el huerto unos choclos muy grandes y decidimos arrancarlos y llevárselos a Adita, la mujer que cocinaba en casa de mi tía y nos cuidaba mientras los padres de todos trabajaban. Arrancamos los choclos (mazorcas de maíz) y nos fuimos a casa con el tesoro de los piratas bajo el brazo, camuflados con nuestras sonrisas llegamos, cruzamos la pista y entregamos el botín a una Adita boquiabierta que no nos permitió dejar los choclos en casa “¡¡¡Le están robando a los enfermos!!!” Exclamó.
Fue más difícil devolver los choclos al huerto que sacarlos pero lo hicimos.
Aaaahhhh Patota! Tiempos de travesuras e inconsciencia, ritmo en las sonrisas, complicidad, aventura de niños, caritas ávidas de jugar, de sentir, de soñar, pies vagabundos y árboles que conquistar.
Ahora veo a mis hijos y me pregunto si se están perdiendo de eso que yo viví o será a caso que yo no debí vivirlo y que es así como son mis hijos que deben ser los niños… No lo sé. Sé que el Play Station y los juegos de computadora son sus aventuras mientras nosotros nos bañábamos en las piletas de aquel hospital y regresábamos a casa muertos de hambre, de cansancio, de orgullo por el reto alcanzado, a veces sucios a más no poder, pasábamos a la ducha en turnos y añorábamos el próximo día.